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XXXIII DOMINGO ORDINARIO (C)

11/16/2025

(Consulte el Archivo para ver reflexiones pasadas y futuras.)

 

 


Malaquías 3: 19-0; 2 Tesalonicenses 3: 7-12; Lucas 21: 5-19


XXXIII Domingo (C)

 

 

Se puede imaginar el terror que tuvo la gente al escuchar las palabras de Jesús en el Evangelio.  Es importante darnos cuenta de que San Lucas estaba escribiendo con un sentido fuerte de la segunda venida de Jesús, como muchos predicadores evangelistas hoy.  Pero con los años, los primeros cristianos se dieron cuenta de que los discípulos tendrían que seguir fieles tras muchos años.  El énfasis se cambió en insistir en la fidelidad, a pesar de las persecuciones y tribulaciones que la comunidad tendría que enfrentar. 

 

Seguro que muchos de nosotros pensamos en lo que sufre la gente hoy.  En Jamaica, Haití, Cuba y varias islas, un huracán destruyó casas y tierras.  En Gaza casi todo el mundo está sufriendo de hambre. Hay guerra en varios países del mundo.  En varios países, la cosecha está bien reducido por el cambio de clima, dejando familias sin ninguna manera de gana dinero.  Y aquí en los Estados Unidos, los inmigrantes viven con miedo. Para mucha gente, debe parecer que está llegando el fin del mundo.  Sin embargo, no es así.  Y la Iglesia tiene la obligación de ofrecer una palabra de aliento, y una ayuda material.    

 

El lenguaje del Evangelio es lo que se llama apocalíptica, o sea “la revelación del plan de Dios”.  Su meta no era promover especulación de cuando Dios vendría, sino de ofrecer esperanza.  Servía de asegurar a la gente que Dios estaba en control de la historia, que Dios seguiría fiel a pesar de los desastres, y que la justicia era en manos de Dios, no en manos de los hombres.  Era una presentación de la historia, no del punto de vista de la gente, sino del punto de vista de Dios.  

  

Es dentro de esta realidad que vivimos hoy.  Al nivel personal, conocemos a muchas personas que pasan por situaciones muy difíciles: una diagnosis de cáncer, la pérdida de un trabajo, la muerte de un pariente, la depresión, la adicción, un hijo encarcelado, una hija joven embarazada.  A veces les parece a estos individuos que está llegando el fin del mundo.  Nuestro papel, como Iglesia, es ofrecer una palabra de apoyo, una presencia cariñosa, una promesa de oración.  Puede ser que sea solamente nuestra fe en la fidelidad de Dios que les ayudará a seguir con esperanza. 

 

Las escrituras nos dicen que el Espíritu Santo será presente como guía, durante el tiempo de espera.  Vivimos nosotros dentro de una comunidad reunida alrededor de la memoria de Jesús, y dentro de su presencia en la Eucaristía.  El gran consuelo que tenemos en la Santa Comunión no es un premio, sino una fuente de esperanza y de gozo.  Cada semana estamos invitados a acercarnos a la mesa del Señor para compartir su Cuerpo y su Sangre, su misma vida.  Es con esta seguridad que encontramos la fuerza para seguir fiel. 

 

La Iglesia insiste que tenemos que crear aquí el Reino de Dios en la tierra, no esperar con los brazos cruzados para el tiempo futuro.  En medio de las lecturas hoy, el Salmo Responsorial proclama un mundo de alegría y de justicia.  Como Iglesia, podemos escuchar el lamento de todas las razas y lenguas y ofrecer un mensaje de consuelo.  “El Señor llega para regir la tierra con justicia.”  Rezamos todos: Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres, confiados que tu amor es más fuerte que la muerte.”


Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>


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