1. -- Carlos Salas, OP" <csalas@opsouth.org>
2. --
P. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>
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XXVIII Domingo Ordinario (B)
Sabiduría 7:7-11 | Hebreos 4:12-13 | Marcos 10:17-30
– 10/13/24
Fray Carlos Salas, OP
Este joven es bueno, pero reconoce que hay algo mucho mejor frente a él—aunque no sabe exactamente lo que es. Aquí se arrodilla frente a Jesús y lo llama Maestro bueno. El joven dice lo mismo en el Evangelio según san Lucas. Según san Mateo, el joven solamente le llama a Jesús “Maestro” mientras le pide sobre las “obras buenas” que debe realizar.
Como muchos de nosotros, el joven reconoce que él ya es bueno (no solo porque Dios nos ha hecho buenos, sino porque nos esforzamos para hacer el bien), pero que hay defectos y hay muchos bienes más por hacer. Sin embargo, no siempre reconocemos con certeza cuál es ese bien.
El joven tiene un buen instinto al llamarle a Jesús, Maestro bueno, pero nos sorprende que Jesús mismo lo corrige: Nadie es bueno sino sólo Dios. ¿Acaso no sería esto motivo explícito para dudar la divinidad de Jesús? De manera aislada, así parecería; sin embargo, hay demasiados otros versículos de las Escrituras que nos afirman que Jesús mismo afirma su divinidad, como el Hijo del Hombre, como el Cristo, el Ungido, entre otros.
De hecho, estos textos afirmando la divinidad de Jesucristo nos ayudan a ver más claramente por qué le responde al joven así. Precisamente porque Jesús es Dios y todo lo sabe, es por lo que le puede hablar al joven así. Es posible que el joven se haya dirigido a Jesús de esa manera sin tener en cuenta lo que sus palabras significan.
Es decir, el joven reconoce que en Jesús hay algo bueno, mas no sabe que Jesús es Dios mismo. Su estimación de Jesús como “bueno” solo se encuentra en el plano de los seres humanos—no en torno a lo que es absolutamente “Bueno,” quien es Dios mismo. Entonces Jesús lo reprende, no porque Jesús mismo no es Dios, sino porque la idea que el joven tiene de Él es muy limitada.
Esto no queda muy retirado de cuando una persona habla de Jesús como un maestro cuyas enseñanzas son muy buenas y debemos seguir, pero se repulsan ante la idea que Él sea Dios mismo. Esto se vio de manera muy explícita con Thomas Jefferson cuando editó los Evangelios para que omitieran todo rastro de los milagros y poderes supernaturales de Jesucristo. Es decir, dejó a los Evangelios sin exorcismos, sin curaciones, sin la resurrección.
El joven actuó, al parecer, de ignorancia, y no de malicia. Sin embargo, ambas razones deben ser corregidas y debemos proclamar que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. De otra manera, si Jesús no es Dios, seguir Sus enseñanzas no tendrían la autoridad divina sino solo la de los hombres.
Esto nos lleva al riesgo de idolatrar cosas humanas o a los mandamientos mismos. Jesús le repite al joven los mandamientos a seguir y, cuando éste le dice que ya ha cumplido todos estos mandamientos, Jesús lo sorprende de nuevo: Solo una cosa te falta. Esto solo nos indica que cumplir los mandamientos no es el fin de nuestra vida. No seremos completos si solamente cumplimos los mandamientos de Dios.
Entonces, ¿qué nos hace completos?
La promesa de Dios es que seremos como Él. Y esta promesa nos indica que nuestra culminación requiere imitarlo. Nuestro llamado requiere no solo reconocer quién es Dios. Tampoco es suficiente solo cumplir los mandamientos. Es necesario también imitar a nuestro Dios, el que se entregó a Sí mismo. Esa es la diferencia. La entrega total.
Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible.
Cumplir los mandamientos, en sí, es imposible para nosotros solos. Pero esto lo es posible con la fortaleza de Dios.
De igual manera, la entrega total no solamente es imposible sin Dios, pero tampoco tiene sentido sin Dios: Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna.
La entrega total en imitación de Dios con Dios mismo es lo que trae significado a nuestras acciones y a nuestra vida. Una persona puede ayunar un día a la semana por su propia salud. Eso es algo bueno, pero si esa misma persona ayuna y ofrece esos sufrimientos en oración a Dios por los inocentes que sufren, ¿cuál ayuno tiene un mayor significado?
Esa es la entrega total a la que Dios nos invita.
Primeramente, es necesario reconocer que Jesús es Dios mismo. Es entonces que podemos seguir sus mandatos con la mentalidad y motivación adecuadas. Sabiendo que estos mandamientos no son el fin de nuestra vida, sino solamente el medio por el cual recibimos la ayuda para seguir la imitación de Cristo, el que se entregó por el prójimo. Y, al entregar nuestra vida por el prójimo, así entregamos nuestra vida a Dios.
Fray
Carlos Salas, OP <csalas@opsouth.org>
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
DOMINGO 28
(B) 13 de Octubre de 2024Sabiduría 7:7-11; Salmo 90; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-30
por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
“Lo primero es lo primero”. Es lo que decimos cuando tenemos mucho que hacer y necesitamos establecer prioridades. ¿Cuáles son las cosas más importantes que hay que hacer? ¿Qué está en el primer lugar de mi lista? En nuestra primera lectura, Salomón nos habla hoy. Parece que lo dice bien: lo primero es lo primero. Salomón, el hijo de David, fue a ofrecer un sacrificio al santuario de Gabaón. Esa noche tuvo un sueño en el que Dios le hacía una oferta: “Pídeme algo y te lo daré” (1 Reyes 3: 4-9).
Podemos detenernos aquí y preguntarnos: si Dios me hiciera esa misma oferta, ¿qué pediría? La respuesta a esa pregunta ciertamente revelará dónde está mi corazón; dónde estoy invirtiendo mi vida; en qué estoy más enfocado. La respuesta de Salomón mostró sus valores; lo que él consideraba más importante. Él es el hijo de David y heredero del trono. Él sabe lo que necesita para ser un buen gobernante, por lo que le pide a Dios: “un corazón entendido para juzgar a tu pueblo y discernir el bien del mal” (1 Reyes 3:9). Como lo expresó en nuestra lectura de hoy: “Oré, y me fue dada prudencia. Supliqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría”.
Sin duda, recibió una gran parte de la sabiduría por la que oró y, cuando sucedió a su padre en el trono, fue conocido por su sabiduría. Incluso en nuestro lenguaje moderno, nos referimos a una persona particularmente sabia como alguien que tenía “la sabiduría de Salomón”.
La lectura de hoy nos llama a revisar nuestras vidas y, si es necesario, a reordenarlas. ¿Qué debe ir al principio de nuestra lista: lo primero, lo primero? Nos unimos a Salomón en su oración, pidiendo a Dios el “espíritu de sabiduría” y, como él lo hizo, dejar de lado las cosas menores, que parecen tan importantes para los demás. Escuchemos a Salomón: “La preferí [a la sabiduría] al cetro y al trono y consideré que las riquezas no eran nada en comparación con ella, ni comparé ninguna piedra preciosa inestimable con ella; porque todo el oro, a su vista, es un poco de arena y ante ella, la plata se acepta como lodo”. No hace falta ser un erudito en las Escrituras para entender el punto que Salomón está planteando.
La oración de Salomón nos recuerda que la sabiduría es un don que Dios quiere darnos gratuitamente y nos anima a buscarla sinceramente. Esta Eucaristía es un buen momento y lugar para presentar nuestra petición de sabiduría ante el Señor mientras escuchamos la Palabra de Dios y recibimos la Sabiduría encarnada en la Eucaristía.
Jesús pidió el mismo sacrificio y compromiso del hombre rico. Con frecuencia, la gente dice que es “bendecida” porque tiene salud, una buena familia, un hogar cómodo, comida para comer, etc. ¿Qué dice eso de las personas que carecen de estas “bendiciones” debido a la pobreza, la enfermedad, los conflictos civiles, etc.? ¿No son “bendecidas”? ¿Se las deja fuera del cuidado y la preocupación amorosos de Dios?
El hombre rico y sus contemporáneos habrían considerado su riqueza como una señal de la bendición de Dios. Y más aún. Habrían atribuido sus “bendiciones” a su fiel observancia de la ley. Lo cual fue sugerido por la respuesta del hombre a la lista de mandamientos de Jesús. “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud”. Ante esa respuesta, nos dice Marcos, Jesús lo miró con amor y lo invitó a vender todo y unirse al resto de sus discípulos. “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”.
Pero si renuncia a sus posesiones materiales, ¿qué tendrá para demostrar que es “bendecido” por Dios? Tendrá a Jesús, la bendición verdadera y duradera de Dios, que no se desvanecerá como lo hacen las posesiones terrenales. La salvación no es algo que ganamos al cumplir los mandamientos, sino que es el don de Dios que aceptamos y luego seguimos el camino de Jesús: el llamado al discipulado.
¿Somos como aquel hombre que ve seguridad y bienestar en lo que posee? ¿Podemos escuchar la invitación de Jesús al bienestar, no en lo transitorio, sujeto a la decadencia, sino en él mismo? Incluso sus discípulos, los que ya lo seguían, se quedaron consternados por el diálogo de Jesús con aquel hombre. ¿Acaso no lo seguían ya? ¿Acaso no habían escuchado sus enseñanzas en su camino con él? Está claro que todavía tienen mucho que aprender.
Encuentro el pasaje desafiante, pero también tranquilizador. Ya nos hemos comprometido a seguir a Jesús. Pero nos damos cuenta de que nuestro compromiso con él, a veces, puede ser poco sincero, especialmente cuando, en su nombre, estamos llamados a hacer sacrificios y enfrentar oposición. Lo que encuentro alentador es lo que Jesús les dice a sus seguidores ya comprometidos, quienes escuchan el desafío que lanza al hombre y a ellos. Consternados, preguntan: "Entonces, ¿quién se puede salvar? Marcos dice: "Jesús los miró y dijo: "Para los seres humanos, es imposible, pero no para Dios. Todas las cosas son posibles para Dios". Les asegura a ellos y a nosotros que Dios puede hacer posible lo que no podemos lograr por nosotros mismos: ser sus discípulos en nuestras vidas diarias, a veces conflictivas. ¿Y no es esa la verdadera "bendición" que anhelamos y recibimos de Dios este día?
Al acercarnos al día de las elecciones, pedimos a Dios que dé sabiduría a quienes se postulan para un cargo político. Cualesquiera que sean nuestras preferencias políticas, quienes toman decisiones que afectan a tantas personas en nuestra tierra y en nuestro mundo necesitan sabiduría para guiar y gobernar con justicia. El Libro de la Sabiduría nos llama a alejarnos de los dioses falsos y las prioridades equivocadas y a dirigirnos al único Dios verdadero, que es la fuente de toda sabiduría.
Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/101324.cfm
P.
Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>