1. -- Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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P. Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
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"PRIMERAS IMPRESIONES"
Fiesta de Pedro y Pablo 29 de junio de 2025
Hechos 12:1-11; Salmo 34; 2 Timoteo 4:6-8, 17-18; Mateo 16:13-19
Por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
¿No es inusual la fiesta de hoy? ¿Quién sino Cristo podría haber unido a dos personas más diferentes que Pedro y Pablo? Aunque eran muy diferentes, ambos creyeron en Cristo y entregaron su vida a su servicio. Jesús transformó sus vidas. Si Pedro no lo hubiera conocido, probablemente habría seguido pescando para ganarse la vida. Pablo habría seguido siendo un fariseo devoto, decidido a perseguir a los cristianos. Pero en el camino a Damasco, tuvo un profundo encuentro espiritual con Cristo.
Pedro y Pablo, tan diferentes en trasfondo y temperamento, conocieron a Jesús y respondieron con fe. Ese encuentro cambió sus vidas por completo. Se entregaron con confianza al plan de Dios. Hoy, en lugar de simplemente admirarlos, podríamos orar por un compromiso más profundo con vidas que reflejen, como las suyas, al Mesías al que sirvieron.
Los judíos de la época de Jesús no eran un pueblo libre. Vivían bajo la dura ocupación romana. Sin embargo, se aferraban a la creencia de que Dios enviaría un rey para liberarlos: un Mesías que derrocaría a sus opresores y traería justicia y paz al mundo. Habían esperado mucho tiempo, confiando en la promesa de Dios.
Pero nadie sabía con exactitud quién sería el Mesías, cómo sería ni cuándo vendría. Muchos esperaban un rey guerrero que lideraría una revuelta contra los romanos. Otros anhelaban un reformador religioso que purificaría el Templo y restauraría el culto verdadero. Algunos incluso afirmaron ser el Mesías, pero los romanos los eliminaron rápidamente y sus seguidores se dispersaron.
Ante este panorama, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?". Planteó esta pregunta en un lugar importante: Cesarea de Filipo, en el extremo norte de Israel, fuera de su territorio habitual. ¿No es acaso allí donde la fe se pone a prueba a menudo? Cuando enfrentamos decisiones difíciles o nos encontramos fuera de nuestra zona de confort, podemos sentirnos solos o distanciados de nuestra comunidad de fe. En esos momentos, nuestra respuesta se vuelve profundamente personal.
Simón Pedro respondió en nombre de los demás: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». En este punto del Evangelio, Pedro aún no afirmaba la divinidad de Jesús tal como la entendemos hoy. El título «Hijo de Dios» en las Escrituras solía referirse a alguien con una relación especial con Dios. Pedro reconocía a Jesús como aquel a quien Israel había esperado durante tanto tiempo: no un César, ni ningún gobernante terrenal, sino el elegido de Dios, el verdadero Rey de Israel.
¿Cómo llegó Pedro a esta profunda profesión de fe? No por su propia intuición ni mérito. Jesús lo dejó claro: «No te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre celestial». La fe de Pedro, como la nuestra, fue un don de la gracia. Es sobre esta fe de gracia —la roca— que se edifica la Iglesia. Jesús también advirtió que su Iglesia enfrentaría oposición hasta su regreso. Aún vivimos en medio de ese conflicto entre el camino de Cristo y «las puertas del infierno». Sin embargo, como Jesús le preguntó a Pedro, nos pregunta a cada uno de nosotros: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Con Pedro, tenemos la certeza de la gracia que necesitamos para vivir nuestra respuesta.
La respuesta de Jesús a Pedro demuestra que no está fundando una ciudad ni una fortaleza. En cambio, está construyendo una comunidad —su Iglesia— compuesta por fieles seguidores que le juran lealtad como líder ungido de Dios.
Cada uno de nosotros debe responder personalmente a la pregunta de Jesús: "¿Y ustedes quién dicen que soy yo?". Podemos ofrecer muchas respuestas correctas: "Hijo de Dios", "Señor y Salvador", "Rey del Universo". Pero más allá de esos títulos, cada creyente debe dar una respuesta personal. Nuestra respuesta revela nuestra fe y moldea el camino de nuestra vida.
Y nuestra respuesta debe ser vivida en acción. Si decimos: «Tú eres el Príncipe de la Paz», debemos trabajar por la paz. Si lo llamamos «Amigo de los Pobres», debemos dirigir nuestras vidas hacia los necesitados. Si lo proclamamos «Amante de los Niños», no solo debemos cuidar a nuestras propias familias, sino también trabajar por la protección y el bienestar de todos los niños de nuestra sociedad.
Tras la confesión de Pedro, Jesús centró su atención en la Iglesia. Nuestra identidad se arraiga en la confesión de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Pedro no llegó a esta verdad solo por su intelecto; le fue revelada por Dios. Aunque Jesús llama a Pedro la roca, no son sus capacidades naturales las que lo convierten en el fundamento de la Iglesia. Cristo mismo es el verdadero fundamento, y él edifica su Iglesia sobre la fe revelada por Dios.
Pablo también ofrece un poderoso testimonio hoy. Nos invita, como él, a ofrecer nuestras vidas al servicio y la alabanza de Dios, "derramadas como una libación". Este sacrificio no lo podemos hacer con nuestras propias fuerzas. Pablo nos recuerda que, incluso en la prueba, "el Señor estuvo a mi lado". Ese mismo Señor nos acompaña, dándonos fuerza para todas las exigencias que conlleva servir a Cristo.
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