1. -- Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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1.
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Queridos lectores: Que sorpresa ha sido la elección del Papa León. Me imagino que él pasó muchas noches pensando y escribiendo sus homilías en español como nosotros. Que Dios le bendiga a él y a ustedes mientras preparan sus diálogos con la comunidad de Dios. Espero que esta homilía de modelo les ayude en esta empresa importantísima. Fray Carmelo, O.P.
V DOMINGO DE PASCUA, 18 de Mayo de 2025
(Hechos 14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-33.34-35
La Iglesia Católico siempre ha considerado el Evangelio según San Juan como su tesoro de evangelio más rico. Más que cualquier otro libro de la Biblia este evangelio retrata a Jesús como el Hijo encarnado de Dios. La frase que usa Tomás cuando Jesús le ofreció su mano y costado para probarse resuena en cada página: “’Señor mío y Dios mío’”.
Antes de que comentemos en la lectura breve de este evangelio para hoy, sería provechoso examinar un poco la constitución del cuarto evangelio. Los eruditos de la Biblia nos enseñan que después del prólogo y antes de la conclusión final se puede dividir la obra en dos partes: lo que se llama el “libro de señales” y el “libro de la gloria”. La primera parte cuenta de Jesús haciendo siete señales milagrosas e interpretando cada una con el diálogo alrededor de ella. No es una coincidencia que el famoso Discurso del Pan de Vida ocurre inmediatamente después de la multiplicación de panes.
El “libro de la gloria” mismo muestra lo que el “libro de señales” implica. Eso es, en las palabras del Evangelio: “Dios ama al mundo tanto que entregó a su Hijo para que el que cree en él … tenga vida eterna”. En su Discurso de Despedida Jesús explica cuidadosamente las implicaciones para sus discípulos de este amor sacrificial.
La lectura hoy se toma del principio del Discurso de Despedida. Jesús acaba de lavar los pies de sus discípulos, incluso los de Judas Iscariote, su traidor. Era un hecho tan humilde que ni los esclavos judíos eran obligados de hacerlo. Entonces Jesús dio el motivo para su servicio. Dijo: “’Cómo lo he hecho por ustedes, ustedes deben hacer los unos por los otros’”. No quería decir que literalmente tenían que limpiar las plantas y tobillos de uno a otro sino que sirvieran uno y otro de corazón.
Ahora Jesús sigue interpretando su servicio. Les imparte su mandamiento de amor: “… que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. En otras palabras, que rindan el servicio con la consideración, el cuidado y la abnegación. En griego la palabra que mayormente se usa para este amor es agapan. Es el amor que no busca nada más que el bien de la otra persona. Agapan es sobre todo el amor de Dios por los humanos
Se ha notado que este mandamiento de amor en el Evangelio de San Juan es para los miembros de la misma comunidad. Según esta perspectiva Jesús no nos manda a amar a nuestros enemigos como en el Sermón del Monte. Sin embargo, cuando imparte el mandamiento Jesús acaba de lavar los pies del mismo Judas que ya tiene la intención de traicionarlo. Jesús no esquiva de amar a su enemigo aquí. Ni debemos nosotros en nuestro servicio.
El autor ruso Fiódor Dostoievski escribió del amor agapan que es diferente que el amor en nuestros sueños. Según él, es “amor en acción,” una cosa “dura y terrible”. Sin embargo, que no desgastemos tiempo preocupándonos cómo podemos amar a aquellos que nos han ofendido. El reto que agapan nos presenta es visitar a los ancianos en asilos y pararnos a dar una mano al extranjero en apuro. Aprendemos a amar a uno y otro, sean parientes o sean los enemigos declarados por nuestro gobierno, por ver en ellos la semblanza de Cristo. Pues, como Jesús ellos son imágenes de Dios a lo cual tenemos que amar sobre todo.
Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
5º DOMINGO DE PASCUA -C-
18 de mayo de 2025
Hechos 14:21-27; Salmo 145; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-33, 34-35
por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
No tengo datos científicos que respalden esto, pero
según mi experiencia, diría que el libro más popular del Nuevo Testamento entre
los presos de máxima seguridad que cumplen cadena perpetua es el Apocalipsis. ¿A
qué se debe esto? Considere la situación de estos reclusos y luego el mensaje
general del Apocalipsis.
Cuando su mundo está severamente restringido y su futuro solo promete más
sufrimiento, el Apocalipsis se convierte en una fuente de esperanza. El pasaje
de hoy (Apocalipsis 21:1-5a) ofrece un atisbo de esa esperanza. Estamos a solo
un capítulo de la conclusión del libro. La revelación tan esperada se ha
cumplido: los enemigos del Cordero han sido vencidos. El mal, representado
vívidamente por el dragón, la bestia y el falso profeta, ha sido arrojado al
lago de fuego.
Luego viene una imagen poderosa: la Ciudad Santa descendiendo del cielo,
descrita como una novia ataviada para su esposo. Representa el cumplimiento de
la promesa de Dios: no solo una ciudad hermosa, sino una nueva realidad:
«Miren, la morada de Dios está con la raza humana».
Este no es un momento espiritual fugaz. La promesa continúa:
«Dios morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará siempre
con ellos como su Dios». Para un pueblo sufrido, esta visión anuncia el fin
del dolor:
«Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni
lamento, ni dolor, porque el viejo orden ha pasado».
Es comprensible por qué un prisionero podría volver una y otra vez a este texto,
anhelando la liberación del sufrimiento y aferrándose a la esperanza que ofrece.
¿A qué más podría aferrarse?
Este pasaje consolador se lee a menudo en los funerales, y con razón. Pero no
limitemos su poder solo a los momentos de tristeza o desesperación. Si lo
hacemos, corremos el riesgo de limitar nuestra visión de Dios, quien ya está
aquí, morando entre nosotros. ¿No es eso lo que nos dice el Evangelio de hoy?
Cristo, el Señor resucitado, está presente entre nosotros por el poder del
Espíritu Santo.
Aun así, detengámonos un poco más en el Apocalipsis.
Nuestro mundo actual está lleno de sufrimiento y pérdida. Las noticias nos
hablan de tragedias insoportables: Israel ha cortado el suministro de alimentos
a Gaza, poniendo a un millón de personas en riesgo de inanición. La ayuda médica
a los más pobres de África se ha recortado drásticamente, dejando a millones
vulnerables a enfermedades mortales. El apoyo a las organizaciones benéficas
católicas ha disminuido, poniendo a muchos aquí en riesgo de hambre y de perder
la ayuda de emergencia. Y sin duda, usted puede añadir sus propios ejemplos
—personales, nacionales o globales— de dolor, quebrantamiento y decadencia.
El autor del Apocalipsis nombra este dolor. Se dirige a los que lloran, a los
que lloran, a los que mueren. Pero también proclama una promesa: «Dios enjugará
toda lágrima... ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque el
viejo orden ha pasado».
Aunque parezca imposible, se nos invita a ver el mundo a través de los ojos de
Juan: a vislumbrar la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que Dios está creando.
El Creador, quien una vez formó los cielos y la tierra, sigue obrando, renovando
todas las cosas.
Puede ser difícil creer que esta visión se esté desarrollando ahora. Mucho queda
por hacer. Pero Dios continúa alimentándonos con la Palabra hecha carne, Jesús,
quien se entregó por amor a nosotros. Esta Palabra nos sostiene mientras
aguardamos y anhelamos el cumplimiento de la nueva creación de Dios.
Entonces, ¿es todo esto solo una quimera para personas indefensas? Para nada. La
visión de la nueva Jerusalén no es solo para la otra vida; comienza ahora. Está
irrumpiendo en nuestro mundo incluso ahora mediante actos de compasión, sanación
y justicia. ¿Acaso no somos testigos de esto? ¿No somos partícipes de esta
transformación, con nuestras palabras y acciones?
La nuestra no es una esperanza vacía ni pasiva. No nos quedamos de brazos
cruzados esperando que Dios actúe. No, estamos llamados a resistir las falsas
promesas y las soluciones fáciles que el mundo ofrece, y en cambio a abrazar la
visión que nos da el Apocalipsis. Juan nos insta a confiar en él, a dejar que
nos fortalezca para resistir el mal y perseverar con esperanza.
El mensaje del pasaje de hoy es claro: no importa cuán larga o difícil sea
nuestra lucha, el mal no triunfará. El versículo final resume el propósito de
Dios para nosotros:
"He aquí, yo hago nuevas todas las cosas".
¿Es eso lo que los prisioneros ven en estas palabras? ¿Una garantía divina de
que su dolor no es ignorado, de que no son olvidados? Dios promete una nueva era
de paz y plenitud para quienes han confiado a lo largo de sus pruebas. Este
texto ofrece esperanza y aliento a todos los que sufren y se sienten olvidados.
A pesar de la oscuridad, la bondad prevalecerá.
En el siglo XVII, John Milton escribió el poema épico Paraíso perdido,
reflexionando sobre la caída de la humanidad en desgracia: nuestra alienación de
Dios y la desolación del mundo. El libro del Apocalipsis, que cierra la Biblia,
ofrece el mensaje opuesto: el Paraíso será recuperado. Nuestras lágrimas se
convertirán en alegría y el luto en risa.
«Ya no habrá muerte ni luto».
¿Quién sino Dios podría hacer tales maravillas? Juan describe a un Dios que mora
con el pueblo, ofreciendo bendición, paz y presencia. En la Eucaristía, nuestra
gran oración de acción de gracias, celebramos esta misma esperanza: que Dios
está con nosotros, aquí y ahora.
Incluso en nuestros momentos más oscuros, el autor del Apocalipsis nos insta a
confiar. Dios no nos abandonará. La visión de la nueva Jerusalén es una promesa
de paz, intimidad con Dios y vida en comunidad. Con el mal vencido, Juan nos
asegura: «Ya no habrá muerte ni luto, ni llanto ni dolor».
La promesa de Dios es segura. Dios está haciendo nuevas todas las cosas.
Haga clic aquí
para obtener el enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/051825.cfm
P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>