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09.24.2023
Isaías 55: 6-9
Filipenses 1: 20-24, 27
Mateo 20: 1-16
Las palabras de la primera lectura nos dan una idea para
entender el Evangelio hoy. Dice el Señor, “Mis pensamientos no
son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis
caminos.” En momentos difíciles de la vida, nos encontramos
cara a cara con el gran misterio de Dios. Lo que pensamos
justo, lo que juzgamos bueno, lo que vemos como el camino recto,
eso no es siempre lo que Dios hace. Tenemos que aprender a cada
rato que Dios es misterio y que siempre nos sorprende. No
podemos esperar que Dios actué según nuestras ideas y
expectativas.
Es así con la parábola del Evangelio. No nos parece justo que
todos los trabajadores reciban el mismo sueldo. Nuestra lógica
dice que los que trabajaran más debían de ganar más. Es la ley
de nuestro país, y esperamos recibir pago según nuestras horas
de trabajo. Pero eso no es el punto clave de la parábola.
Jesús nos cuenta que Dios es bueno con todos y generoso con los
más pequeños. Sus palabras nos parecen fuertes, “¿Vas a tenerme
rencor porque yo soy bueno?” Pero nuestra condición humana nos
agarra con envidia cuando pensamos que otros reciben más por
haber hecho menos. Nos molesta que los pecadores reciban el
mismo trato que nosotros que esforzamos de vivir bien.
Tal vez nos ayuda a pensar un momento en los que estaban
esperando hasta medio día y hasta la tarde, esperando que
alguien les diera trabajo. Es semejante a lo que vemos a veces
en los campos y en la misma ciudad. Hay hombres esperando en
las esquinas, esperando que un agricultor y un jefe de empresa
pasara ofreciendo trabajo. Generalmente son inmigrantes, sin
recursos, dependiendo en lo que ganan día por día. No es su
culpa que no tienen trabajo. Tienen ganas de trabajar y están
dispuestos a hacer los trabajos que nadie más quiere. ¿Quién de
nosotros diría que no merecen un sueldo adecuado por sus
necesidades?
Me imagino que cada uno aquí conoce a varias personas que están
buscando trabajo, tal vez hace meses y años. Muchas personas se
desanimaron, especialmente los jóvenes. Sabemos que el nivel de
auto-estima va bajando con cada día que uno busca trabajo sin
encontrarlo. Vivir con lo poco que uno puede ganar por varias
horas de trabajo nos roban de nuestra dignidad. Especialmente
si la persona está casada y tiene niños. El nivel de desespera
se prolonga con cada dia que no hay trabajo.
A veces escuchamos gente lamentando el nivel de crimen,
especialmente en las ciudades, pero sabemos que muchas veces el
crimen acompaña la pobreza y la falta de educación. Cuando no
hay trabajo, cuando no hay esperanza de conseguir trabajo,
cuando un joven tiene mucho tiempo y nada que hacer, hay
probabilidad que se mete en el crimen. También vemos muchos
fracasos en matrimonios que tienen raíces en problemas
económicos. Una pareja empieza su vida con confianza, con
ilusiones, y con fe. Pero, si a poco rato ven que no pueden
pagar la renta, no pueden comprar ni las necesidades de la vida,
y si no tienen dinero para divertirse, es fácil entrar en peleas
y culpar al otro por gastos que no están esénciales. La falta de
trabajo es la tierra en que crecen muchos problemas sociales.
Creo que esta parábola nos indica que cada persona que está
lista para trabajar y que está activamente buscando trabajo
merece un sueldo justo. También los inválidos y ancianos deben
poder vivir con dignidad. No es por el nivel de educación ni
por su estatus en un país. Es porque cada uno es un hijo o hija
de Dios con un valor inmensurable. Como dice Jesús, “Los
últimos serán los primeros y los primeros, los últimos”.