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Hermana Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>2. -- P. Jude Siciliano OP <FrJude@JudeOP.org>
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Hermana Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
Dedicación de San Juan de Letrán
9 de noviembre de 2025
Ezequiel 47: 1-2, 8-9,12; 1 Cor. 3: 9-11, 16-17; Juan 2: 13-22
Por: Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
La Basílica de San Juan de Letrán es la iglesia catedral del obispo de Roma, el Papa. Es, por lo tanto, la sede eclesiástica oficial del Papa. En su fachada se puede leer en latín: «Madre y cabeza de todas las iglesias de la Ciudad y del mundo». La festividad de hoy celebra la unidad de todas las iglesias locales con la Iglesia de Roma, corazón de nuestra comunión católica.
La Basílica fue inaugurada en el año 324 d. C. por el Papa Silvestre I, después de que el Emperador Constantino concediera a los cristianos la libertad de culto. Su inauguración marca el fin de la persecución, la aparición del culto cristiano en la vida pública y la consolidación visible de la Iglesia en la sociedad. Con esta festividad celebramos la salida de la Iglesia de su escondite para una misión abierta, ya no confinada en las catacumbas, sino ahora en el corazón de la ciudad.
Sin embargo, el verdadero templo de Dios que celebramos hoy no es de mármol ni de piedra; somos nosotros, la comunidad cristiana. Como dice San Pablo a los corintios: «Ustedes son el edificio de Dios… ¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?»
Cuando se inauguró la Basílica de Letrán, el cristianismo acababa de emerger de las sombras de la persecución. Esta fiesta, y la Eucaristía, nos anima a los creyentes modernos a salir de nuestras propias sombras y vivir nuestra fe con mayor franqueza y valentía. Si nuestro discipulado ha sido oculto o silencioso, esta fiesta nos llama a hacerlo visible. La Basílica de Letrán no solo se erige como un edificio en Roma, sino como signo de lo que estamos llamados a ser: un pueblo santo, testigos concretos y visibles de la vida resucitada de Cristo en el mundo. Cada parroquia y cada creyente bautizado comparten esta vocación: ser un signo vivo de la presencia de Cristo.
La fiesta de hoy nos invita a renovar nuestra dedicación como miembros del Cuerpo de Cristo. Celebramos la Iglesia no solo como un edificio, sino como un pueblo vivo y santo reunido en torno a la mesa eucarística.
La visión de Ezequiel del templo evoca el Jardín del Edén, el lugar donde moraba Dios, fuente y sustentador de toda vida. En el clima árido de Israel, el agua era preciosa, y Ezequiel la describe fluyendo del templo en todas direcciones. Esta imagen vivificante nos recuerda que debemos encontrar sanación, fortaleza e inspiración en nuestro propio templo —la Iglesia— al reunirnos para adorar a Dios juntos como comunidad de fe.
Las palabras de Pablo nos hablan directamente: «Hermanos, ustedes son el edificio de Dios». Nos lleva de los ladrillos y el cemento a la carne y la sangre: a la presencia divina que mora entre nosotros. Si realmente creemos que, a través de Jesús, Dios está presente en este templo viviente, ¿cómo podríamos profanarlo mediante la violencia, el prejuicio, el hambre, la enfermedad o la guerra? El templo de Dios es santo y exige nuestra reverencia y cuidado. Observen a quienes oran y cantan con nosotros: la verdadera presencia de Dios mora en ellos. Son el templo santo de Dios.
Pablo desvía nuestra mirada del antiguo templo hacia nuestro encuentro con el Dios vivo en la comunidad creyente. El Evangelio de Juan profundiza en esto: Jesús purifica el templo, señalando que sus rituales de sacrificio se están cumpliendo y son reemplazados por él mismo. Pronto, su sacrificio en la cruz reemplazaría al cordero pascual. Su sangre nos libraría de la muerte y nos daría la libertad para una nueva vida. Así como el maná sustentó a los israelitas en el desierto, el pan que Jesús nos da nos sustentará para la vida eterna.
Los contemporáneos de Jesús no lo comprendieron, pero guiados por el Espíritu, nosotros sí. Juan lo deja claro: «Hablaba del templo de su cuerpo». Los otros Evangelios sitúan la purificación del templo al final del ministerio de Jesús; Juan la sitúa al principio, para mostrar que todo lo que Jesús dice y hace a partir de ese momento lo revela como el cumplimiento de las esperanzas de Israel.
La salvación ha llegado al pueblo en Jesucristo. Él es ahora el lugar de encuentro entre la humanidad y Dios: el Lugar Santísimo hecho carne. Siempre que nos reunimos en su nombre, también nos convertimos en ese lugar santo donde el mundo puede encontrarse con Dios.
Hoy celebramos no solo un edificio, sino la Iglesia viva: el pueblo santo de Dios reunido en unidad, guiado y fortalecido por el Espíritu para traer la vida de Cristo al mundo. Que esta fiesta nos renueve en nuestra misión de ser la presencia de Cristo para los demás.
Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/110925.cfm
P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>