1. -- Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>

2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>

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1.
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VIII Domingo Ordinario

Eclesiástico 27: 5-8; 1 Corintios 15: 54-58; Lucas 6: 39-45


Estamos acercando el tiempo de Cuaresma y las lecturas de hoy nos invitan a mirarnos de cerca para ver cuál es el estado de nuestra alma. En unos versículos cortes, hay varios mensajes. Primero, Jesús nos aconseja de buscar buenos maestros para guiarnos en el camino espiritual. Después, El habla de los peligros que encontramos durante nuestra caminata. Y finalmente, explica que podemos saber si estamos bien por los frutos que producimos.


Primero, vemos la importancia de buenos maestros. Cuando uno quiere avanzar en la vida espiritual es importante encontrar a un maestro que sabe compartir su enseñanza no solamente por palabras sino por ejemplo. Por eso, cuando una pareja viene para bautizar a su hijo, precisa decirles a los padres que el niño está aprendiendo desde su nacimiento como vivir como cristiano. El bebe está escuchando no solamente las palabras de sus padres uno con otro, sino el tono de su voz, su cariño o su enojo. Por más pequeño que sea, un bebe sabe si hay paciencia o desprecio en el trato de sus padres. Y más tarde, cuando un adulto trata de explicar la vida cristiana, el niño ya entiende las lecciones que le va a informar su vida.


El proceso es igual para adultos. Hay que abrir los ojos para ver los ejemplos que encontramos en la vida diaria. Claro que debemos prestar atención a las homilías en la misa, pero aprendemos mucho también de los parientes y vecinos que viven una vida fiel al ejemplo de Jesús. Cada uno podemos pensar en padres o abuelos que han perdonado a hijos ingratos; en vecinos que han sacrificado para cuidar a padres enfermos; en maestros que han sacrificado tiempo para ayudar a un alumno confundido; en amigos que han vencido adicciones; en compañeros que han rechazado la tentación de robar; en personas que han ayudado a gente bien necesitados. Ellos son ejemplos que nos guían a una vida recta.


En el Evangelio, vemos que Jesús nos aconseja de cuidar nuestro estado espiritual antes de corregir al otro. El utiliza lenguaje fuerte diciendo “¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano”. Es tan fácil ver las fallas del otro y seguir ciego a nuestras faltas. Cada noche sería bueno pensar en las conversaciones que tuvimos durante el día. ¿Sera que nuestras palabras han ofendido a otros? ¿Si es así, como podemos cambiar?

En este Sermón en el llano Jesús está formando a sus discípulos. Ellos, a su vez, serán los guías y maestros para los demás, incluyendo a nosotros. El amor de Dios es efectivo, produce buenos frutos para el beneficio de los demás. Jesús nos envía a ser testigos de la fe que profesamos - a practicar lo que enseñamos y predicamos. Sus palabras de hoy muestran su preocupación por la integridad y calidad de nuestras vidas.

La pregunta más grande que encontramos al final de la lectura es eso, “¿Cual es nuestra identidad?” Si en lo más profundo de nuestro corazón llevemos la identidad de Cristo, entonces nuestros frutos lo van a manifestar. Hoy podemos pedir a Dios que nos dé un corazón sincero, lleno de humildad y amor. Es una buena preparación para la Cuaresma.
 

Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>

 

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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
8º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
2 de Marzo de 2025

Eclesiástico 27: 4-7; Salmo 92; 1 Corintios 15: 54-58; Lucas 6: 39-45

por Jude Siciliano , OP

 

Queridos predicadores:

 

La parábola –o proverbios– que Jesús enseña hoy a sus discípulos aparece al final del Sermón de la Llanura de Lucas (Mateo lo llama el Sermón de la Montaña). Incluso el contexto del sermón tiene un significado. Jesús ha estado enseñando a sus discípulos, y el sermón comienza así: “Y descendiendo con ellos del monte, se detuvo en un llano donde había muchos de sus discípulos…” (Lucas 6:17). Habla en un terreno llano, lo que sugiere que sus enseñanzas son accesibles para todos. Los que tomamos en serio sus palabras venimos de diversos ámbitos de la vida, pero todos hemos aceptado su mensaje y nos esforzamos por vivirlo a diario. ¿Cómo puedo encarnar la enseñanza de Jesús en mi propia vida?

Si hemos escuchado verdaderamente la palabra de Cristo, debe llevarnos a una forma de vida transformada. Como dice Jesús: “El hombre bueno, de la bondad que hay en su corazón, produce el bien”. Y queremos “producir el bien”, ¿no es así? Después de habernos encontrado con Jesús, nuestras vidas han cambiado –y deben seguir cambiando– para bien.

Algunos creen que la vida de los “verdaderos creyentes” debe estar marcada por señales espectaculares: milagros, hablar en lenguas, iglesias enormes con grandes congregaciones y liturgias dinámicas. Si bien estas señales pueden afirmar la fe, ser un discípulo del Señor requiere más. La mayoría de los discípulos viven vidas no espectaculares. Si somos afortunados, nuestros días siguen un ritmo constante. Pero es precisamente en esta rutina diaria donde nuestra fe debe brillar. Nuestras vidas “ordinarias” deben dar testimonio de la diferencia que Cristo ha hecho en nosotros.

Jesús nos habla directamente a nosotros, sus discípulos. Si vemos la paja en el ojo ajeno pero ignoramos la viga en el nuestro, contradecimos su enseñanza sobre la misericordia. Como escuchamos el domingo pasado (Lucas 6:27-38): “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados”. Si no vivimos según estas palabras, advierte Jesús, seremos como un árbol podrido que da frutos podridos. La gente reconocerá que seguimos a Jesús no por nuestras palabras elevadas o expresiones religiosas, sino por el buen fruto que damos.

Las palabras de Jesús no están destinadas sólo a los individuos, sino también a nuestras comunidades eclesiales. ¿Nuestras acciones y nuestro testimonio público revelan a Jesús a los demás? ¿Son todos verdaderamente bienvenidos en nuestras reuniones, independientemente de la situación económica, las creencias políticas, la orientación sexual, la raza o la ciudadanía? ¿Cómo puede la comunidad cristiana ser un “buen árbol” que produce “buen fruto”?

El Papa Francisco ofrece una perspectiva de este llamado a dar buen fruto. Siempre ha hablado a favor del trato humano a los refugiados y migrantes. Al reflexionar sobre el cuidado de Jesús por los forasteros, extraños y extranjeros, el Papa enfatiza la dignidad de todas las personas y nos llama a actuar en su nombre. Nos desafía a ver a quienes huyen de la violencia, la pobreza y el cambio climático no como amenazas, sino como nuestros hermanos y hermanas. ¿Qué “buen fruto” daría un “buen árbol” en esta situación? Uno de esos frutos es la hospitalidad. Francisco nos recuerda que Cristo mismo fue un refugiado. [A continuación, lo que Francisco ha dicho sobre nuestro trato con los emigrantes y refugiados.]

Para dar buenos frutos, debemos ser oyentes atentos que aprecian la Palabra de Dios. Un corazón receptivo nos permite ver a Cristo en el “otro” que encontramos diariamente: en casa, en la escuela, en el trabajo e incluso en las noticias. Más adelante en Lucas, Jesús dice: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lucas 8:21). Nuestras acciones deben fluir de corazones moldeados por la Palabra de Dios. Como dicen los niños, “Escuchen”.

Jesús también puede estar diciéndonos que miremos hacia adentro, que reconozcamos la bondad y la santidad que Dios ha puesto en nosotros. Hemos producido mucho fruto bueno: actos de perdón, compasión e integridad. Sí, hay espinas y zarzas dentro de nosotros, pero también hay una abundancia de gracia. Por esto, alabamos y damos gracias a nuestro Dios amoroso en esta Eucaristía.

Hoy, también recibimos sabiduría del libro del Sirácida (también llamado Eclesiástico). A diferencia de los libros narrativos de las Sagradas Escrituras, el Sirácida se compone de dichos sapienciales en diversas formas: lamentos, proverbios y poesía. Nuestra lectura de hoy ofrece proverbios breves y concisos que utilizan imágenes de la cultura del autor: un tamiz sacudido, un horno de alfarero y un árbol que da fruto. Estas imágenes se conectan perfectamente con el Evangelio de hoy.

El Sirácida enseña que el carácter de una persona se revela a través de sus pensamientos y palabras. Esta sabiduría se aplica tanto a los individuos como a la sociedad. ¿Qué estereotipos y preconcepciones surgen en la forma en que hablamos y actuamos? El desafío no es solo personal, es comunitario. Como nos recuerda el Papa Francisco, nuestro trato con los emigrantes y refugiados es una forma en que revelamos nuestro carácter. ¿Estamos dando buenos frutos?

 

Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo.
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/030225.cfm