1. -- Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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VII Domingo del Tiempo Ordinario
23 de Febrero de 2025
(I Samuel 26:2.7-9.12-13.22-23; I Corintios 15:45-49; Lucas 6:27-38)
El evangelio hoy toca un tema político muy apremiante en los
últimos años. Leído con cuidado, ello puede dirigirnos a un
mayor entendimiento de la situación de los inmigrantes y una
política para disminuir la crisis.
Jesús está en medio de su “Sermón del Llano” en el Evangelio
según San Lucas. Es la contraparte del más famoso “Sermón
del Monte” en el Evangelio de San Mateo. De verdad, ninguno
comprende un sermón completo. Más bien, los dos son
compilaciones de varios dichos de Jesús organizados
alrededor de diferentes temas. En San Mateo Jesús escoge el
monte para entregar sus enseñanzas altas sobre la moralidad.
San Lucas reserva los montes para la oración y tiene a Jesús
instruyendo las morales en un llano.
Oímos la primera parte del “Sermón del Llano” el domingo
pasado. Jesús anunció cuatro bienaventuranzas consolando a
los oprimidos y cuatro “ay” advirtiendo a los opresores.
Ahora Jesús enfoque en el amor divino; eso es, el amor que
no busca nada a cambio. Se da de sí mismo simplemente para
ayudar al otro. Lo sorprendente es que Jesús requiere que
sus discípulos practiquen este tipo de amor hacia sus
enemigos tanto como sus amigos.
Los enemigos son no solo aquellos que nos dañarían sino
también aquellos que amenazan nuestros intereses. La gente
en países ricos a menudo ve a los inmigrantes como enemigos
que quieren aprovecharse de los recursos de su tierra
adoptada sin contribuir proporcionalmente. En Italia por
muchos años los Roma, a menudo llamados “zincari” (la
palabra italiano para “gitanos”), han atraído el oprobio del
pueblo. Se puede ver las mujeres Roma mendigando en lugares
públicos con sus niños. Entretanto, sus hombres tienen la
reputación de ser carteristas y ladrones. Generalmente los
italianos resienten a los Roma y quieren que sean
deportados. La ética que propone Jesús en el evangelio insta
otra postura. Llama a los discípulos que apoyen a los Roma.
Puede ser en ayuda directa o en contribuciones a las
caridades que cuidan a los pobres.
Ahora mismo el mundo entero está enfocado en lo que el
presidente de los Estados Unidos hará con los millones de
inmigrantes indocumentados en América. ¿Comenzará
deportaciones masivas o limitará extradiciones a aquellos
indocumentados que han cometidos crimines? En este evangelio
Jesús se dirige a individuos, no a gobiernos. Sin embargo,
se puede decir que deportar a millones de personas
reflejaría una postura de odio y desdén, no de amor.
La segunda parte de la lectura tiene que ver con el
tratamiento del prójimo eso es, un conocido que nos pudiera
pedir un préstamo. Según Jesús, deberíamos responder en
favor de este tipo de persona, no reaccionar en su contra.
Realmente es la misma respuesta que debemos a los enemigos.
En lugar de preocuparnos por nuestros propios intereses,
deberíamos actuar con los verdaderos intereses de las otras
personas en cuenta. En breve, como hijos de Dios, tenemos
que tratar a todos como El que bendice a todos.
Sin duda el Evangelio de San Lucas tiene historias y
retratos de Jesús exquisitos. Escuchamos del Hijo Prodigo y
del Jesús perdonando al “Buen Ladrón” solamente en este
evangelio. Pero la belleza de las imágenes que el evangelio
nos deja no disminuye la vehemencia de las exigencias de
Jesús en este evangelio. De hecho, les aumenta su fuerza
porque solo con el amor divino, un amor vehemente que no
busca nada a cambio, vamos a hacernos algo realmente bello.
Solo con amor divino, nos vamos a hacer hijos e hijas de
Dios.
TEMA PRINCIPAL: Hemos de tratar a todos, incluso a los
inmigrantes indocumentados, con el amor divino.
Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
7º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO -C-
23 DE FEBRERO DE 2025
1 Samuel 26:2, 7-9, 12-13, 22-23; 1 Corintios 15:45-49; Lucas 6:27-38
por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
Una amiga me dijo una vez que cuando era niña escuchó el Evangelio de hoy y
pensó: “¡Es muy difícil! Pero nadie en mi iglesia lo hace, así que no tengo que
hacerlo”. Si alguna vez me sintiera tentada a cambiar la lectura del Evangelio,
este sería uno de esos domingos. (Aunque, la verdad, ninguna de las lecturas es
“fácil”, algunas resultan menos desgarradoras para el predicador).
Cuando era niña, este Evangelio iba en contra de todo lo que aprendimos. Sugerir
que “amamos a nuestros enemigos, hacemos el bien a quienes nos odian, bendecimos
a quienes nos maldicen y oramos por quienes nos maltratan” habría sido ridículo.
Nadie consideró seriamente “poner la otra mejilla”. Incluso si alguien señalara:
“Jesús lo dijo”, la respuesta probablemente sería: “Eso fue en ese entonces;
esto es ahora” o “Bueno, Él era Dios; no puede esperar que hagamos lo mismo”.
Puedes entender por qué esta lectura puede hacer que un predicador se retuerza.
Es particularmente difícil de aceptar cuando tanta gente inocente sufre a manos
de tiranos. Sin embargo, considerando el estado de nuestro mundo, tal vez no
deberíamos descartar este pasaje tan rápidamente. Puede contener la clave de la
transformación.
Jesús no está pidiendo pequeñas mejoras o un estándar ético ligeramente más
alto. No se trata de ser “un poco más amable” o perdonar “una vez más”. Si así
fuera, no lo necesitaríamos; podríamos hacerlo nosotros mismos. En cambio, Jesús
introduce algo radical: una nueva forma de vida, basada en el reino de Dios.
Aquellos que adoptan esta nueva forma son transformados por el Espíritu. Ven la
vida a través de una lente diferente. Lo que antes parecía imposible –amar a los
enemigos, perdonar las ofensas– se convierte en una segunda naturaleza. No se
trata de ganar méritos o agradar a Dios; se trata de responder al cambio
profundo que Jesús trae a nuestras vidas. Debido a esta nueva vida dentro de
nosotros, interpretamos el mundo de manera diferente y respondemos de maneras
que reflejan la presencia de Cristo.
Si yo siguiera actuando como todos los demás, significaría que Jesús está
muerto, que su resurrección nunca ocurrió y que su Espíritu no está vivo en el
mundo. Pero gracias a Él, lo que una vez parecía imposible ahora es posible. Su
vida se convierte en nuestra vida, haciendo posible amar y perdonar como Él lo
hizo.
Un aspecto particularmente desafiante de esta enseñanza involucra a las víctimas
de abuso o injusticia. Algunos podrían malinterpretar las palabras de Jesús como
un llamado a seguir siendo víctimas. Él no está diciendo eso. Como explican
perspicazmente Fred Craddock y Robert Schreiter, las enseñanzas de Jesús
empoderan a los oprimidos para que se hagan cargo de sus vidas.
Craddock señala que Jesús habla a los pobres, a las víctimas de la opresión
romana y a los terratenientes ricos. Su mensaje trata sobre negarse a ser
definidos por la condición de víctimas. En los versículos 27-31, Jesús nos insta
a tomar la iniciativa amando, cuidando y dando. En los versículos 32-36, nos
desafía a vivir más allá de la reciprocidad, ya sea al tratar con enemigos o
amigos. Nuestro comportamiento no está arraigado en las acciones de los demás,
sino en el Dios que adoramos. “Sean misericordiosos como su Padre es
misericordioso”.
Dios perdona incluso a quienes no lo han amado y es generoso más allá de toda
medida. Como dice Jesús: “Una medida buena, remecida y rebosante, será derramada
en vuestro regazo”. Esta abundancia de gracia nos transforma, permitiéndonos
reflejar la misericordia de Dios a los demás. Jesús rompe con nuestras estrechas
categorías de quién “merece” amor y nos llama a un estándar divino de
generosidad y compasión.
Schreiter enfatiza que la reconciliación comienza con la víctima, no con el
malhechor. Los malhechores rara vez reconocen sus acciones o buscan enmendar el
daño. Si la reconciliación dependiera únicamente de ellos, rara vez sucedería.
En cambio, Dios restaura la humanidad de la víctima, lo que el malhechor trató
de destruir. Esta restauración es el corazón de la reconciliación, un proceso
lleno de gracia que nos lleva a la comunión con Dios.
A lo largo de la historia, Dios se ha puesto del lado de los oprimidos, los
pobres y los marginados. En Jesús, la víctima máxima, Dios comienza la obra de
reconciliar al mundo. Su vida, muerte y resurrección nos muestran que la
transformación es posible, no a través de la represalia, sino a través del poder
vivificante del amor y del perdón.
Haga clic aquí para
obtener el enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/022325.cfm
P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>